I.E INTEGRADO
VILLA DEL PILAR
GRADO 9
LECTURA CRÍTICA
Guía 1
Lea el siguiente texto.
LOS
SOBREVIVIENTES
Avanzaban
jadeantes empujando la maleza con
las manos, incapaces ya de esgrimir
las espadas que la selva se venía comiendo sin darles tiempo a ensañarse contra
la carne de un enemigo.
Solamente
un mono curioso que se arrimó a olfatear la fruta que envenenó a Gómez sirvió
para manchar de sangre su todavía reluciente acero de Toledo. Poco después
moriría Gómez, víctima de atroces convulsiones a causa de la ponzoña que se ocultaba en la fruta.
Los guerreros fueron perdiendo la confianza ineluctablemente y ocurrió que algunos, en desesperados accesos de
locura, buscaran querella a sus
compañeros de infortunio, queriendo morir en combate de una buena vez.
De Ostos mantenía el orden gracias al terror amarillo que infundía
su mirada entre los soldados. Sin siquiera pronunciar palabra. La selva se los
iba tragando, pero De Ostos guardaba intacta la fuerza legendaria de los jefes
de guerra hispánicos, manteniendo impávido
un rumbo imaginario, sin siquiera desviarse para evitar los árboles. Único
desfogue a su furia, los troncos inmensos se derrumbaban en medio del escándalo
multicolor de los pericos espantados y de las lamentaciones cavernosas de la
madera desgarrada. Un sendero de muerte fue trazando como un Ecuador perfecto
en la selva, abandonando los cadáveres de los soldados muertos de agotamiento o
infectados hasta los tuétanos sin
otra forma de ceremonia que la recuperación metódica de todo lo que
aún servía. Cuando la maltrecha columna de armaduras oxidadas se había alejado
suficientemente de la manigua. De
Ostos regresaba junto al muerto y plantaba en el pecho del cadáver su estoque, como en un ritual secreto,
buscando acaso devolver la dignidad perdida al guerrero muerto en deshonra, o
quizás, mucho más probable queriendo hundir su espada en algo humano, aun
cuando fuese la carroña emponzoñada de un subalterno.
Aquella
noche, al detenerse en la cima de la escarpada colina coronada por un árbol que
los micos desalojaron despavoridos al llegar los guerreros, encontraron agua.
De Ostos ordenó que se atrapara un mico y se le hiciera probar el agua de aquel
extraño estanque antes de aventurarse a probarla ellos mismos.
Las
trampas de la jungla, que se aprovechaba del más mínimo descuido para sembrar
la muerte, le habían enseñado el difícil arte de la prudencia. En medio de un
silencio casi solemne esperaron hasta que De Ostos estimó que no había peligro
y al fin pudieron lavarse los callos y las pústulas,
y beber hasta sentir que se les reventaba el vientre.
De un
azul intenso inédito, el agua parecía calmar todas las dolencias, sanar todas
las heridas. Hasta Elías, el marrano cuyo pie izquierdo llevaba prisionero de
la bota metálica a causa de la gangrena, chapoteaba con una expresión estática
que De Ostos nunca le había visto.
Sabía
que el judío estaba condenado a corto plazo. La mordedura de la pequeña
serpiente que tuvo la imprudencia de pisar sin protección seguía
carcomiéndosele la pierna, y la hedentina
confirmaba su impresión: Elías estaba condenado, sólo era cuestión de tiempo.
Estaba convencido de que el jaguar que despedazó a Monsalve había seguido la
expedición durante varios días gracias al olor de mortecina que despedía el
judío, y que fue culpa suya sí la fiera sorprendió a Monsalve cagando en un
claro, a pocos metros de él, y él, supuestamente, no se despertó. De Ostos
miraba al soldado con ese desprecio solemne que le inspiraban los judíos. No se
perderá gran cosa, se dijo el matamoros bostezando. A pesar de llevar casi
siete meses selva adentro, de haber perdido más de la mitad de sus hombres sin
haber combatido ni una sola vez, de ver sus corazas y sus armas oxidarse inexorablemente, De Ostos seguía
pensando y actuando como el implacable jefe de guerra que siempre había sido.
Había escuchado muchas historias sobre los conquistadores muertos de un
descuido, degollados o traicionados por la desidia de los meses sin combate.
Elías
se despertó de su letargia apremiado
por una súbita curiosidad por su
pierna podrida. Levantó el pie por encima del agua, y para su sorpresa no fue
un pedazo de metal oxidado y maloliente rebosando pus y agua sangre lo que
salió a la superficie, sino una reluciente bota de armadura nueva que liberó
sin dificultad la pierna prisionera. Y no fue una inmensa pústula hedionda lo que
vieron los ojos asombrados De Ostos, sino un pie blanco y fornido,
perfectamente sano y limpio, apenas maculado
por las antiguas cicatrices de una viruela olvidada. Elías reía febrilmente aferrado a su pie
prodigioso mientras los guardianes caían postrados de rodillas balbuceando: ¡milagro!,
¡milagro!, antes de echarse de bruces
al estanque azul. Sólo entonces, arrancándose al sopor en que se estaba sumergiendo, De Ostos se dio cuenta de que
los hombres en el agua parecían dormidos, ensimismados, como presos de un sortilegio, y que aparte de los
guardianes, ninguno se había enterado del milagro.
El reflejo del guerrero fue
más fuerte que la tentación de hundirse en aquel sospechoso bienestar y
salió del agua dando gritos, cogió su espada y azotando con ella la superficie
arrancó a los hombres del letargo.
Los
obligó a salir del estanque, a empujones y a planazos, para descubrir asombrado
que habían desaparecido callos infectados, forúnculos, lepras de monte y hasta
las gusaneras que los tábanos habían inoculado
en nucas y cueros cabelludos. Los guerreros exhaustos no mostraban en sus
relucientes pieles blancas ni el asomo del recuerdo de una picadura de
mosquito. El mismo De Ostos estaba definitivamente curado del gusano rojo y
asqueroso que la selva le había sembrado en la piel del brazo izquierdo. Los
hombres atónitos, ante aquellos
prodigios, ni se preocuparon de su desnudez palpándose incrédulos la piel de
nuevo sana, totalmente rejuvenecida.
-La fuente de la eterna juventud -
murmuró De Ostos entre dientes justo antes de que Elías se abrazara gritando al
corpachón alargado de Pronceda
-¡Pronceda!
-grita Elías en trance
-¡La
fuente de la eterna juventud! ¡hemos dado con la fuente de la eterna juventud!
De
Ostos miró al marrano y un fulgor
asesino brilló en su mirada. Los hombres de la guardia se habían arrojado al
estanque milagroso sin siquiera quitarse las armaduras. Uno de ellos estuvo a
punto de ahogarse. Cuando lo sacaron del agua, su armadura relucía como nueva.
Los demás, empezaron a lavar espadas y armaduras que inmediatamente recobraban
su aspecto original. Vencido por la evidencia, De Ostos hizo como todos, hasta
quedar la horda reluciente como en
aquel domingo de resurrección, cuando embarcaron, hacía tanto tiempo que
parecían siglos, en la carabela del príncipe de Asturias, en Cádiz, para
conquistar el nuevo mundo por la gloria de Dios y de su majestad.
El campamento se instaló,
tomando rigurosas medidas de seguridad.
Procenda
había dejado el mico amarrado y ahora lo despanzurraba concienzudamente
mientras Carvalho preparaba el fuego. El animal todavía se retorcía entre los estertores de la muerte cuando Pronceda
lo empaló limpiamente con su espada y lo instaló sobre las llamas, haciéndolo
girar parsimoniosamente. Elías saboreaba la carne azulosa del simio imaginando
que estaba entre virreyes... narrando su insólita aventura. De la Torre decidió
que se llamaría De la Torre cuando le preguntasen su apellido en la corte. No
importa de qué torre. De la Torre bastaba. Pensando así lo sorprendió la
muerte. Un huesecillo del mico se le atoró en la garganta sin que los porrazos
desesperados de Pronceda lograsen desalojarlo. De Ostos, viendo la insoluble
agonía del judío, resolvió rematarlo. Pronceda ni se atrevió a mirar al jefe de
la expedición temiendo que se le notara el odio, pero en su alma nació, en ese
instante, la certidumbre de que De Ostos sólo tendría descanso cuando todos los
hombres de la horda estuviesen mordiendo el rastrojo con la muerte apretada
entre los dientes.
Y en su ladina
naturaleza de pirata empezó a germinar el plan de supervivencia que, tal vez,
le salvaría la vida. Pero las cosas le salieron mal. Un par de meses más tarde
la jungla se encargaría de matarlo sin que De Ostos tuviera que tomarse la
molestia.
Sin
perder tiempo en lutos inútiles, De Ostos ordenó, con un gesto despectivo,
deshacerse del cadáver de Elías. "De todas formas estaba condenado",
se dijo el conquistador, y persignándose sin convicción hizo señas de que le
diera sepultura cristiana para que su cuerpo no atrajera las fieras. Al
alejarse, De Ostos sonrió para sus adentros. Era la primera vez desde que empezó
esta aventura que su hoja había encontrado carne humana viva. Tal vez fue el
prodigio del agua milagrosa, o la satisfacción de haber matado al horroroso
Elías, el caso es que nunca había dormido tan reposadamente como aquella noche.
Por primera vez los mosquitos dejaron de atormentarlo y una leve brisa sopló
toda la noche, acunando con sus
mejores presagios sus sueños de riqueza y de poder.
La tarántula que
exploraba el peto de Abelardez no parecía dispuesta a abandonar aquel extraño
promontorio que brillaba con los primeros rayos del sol. Abelardez roncaba
regularmente y la leve ondulación de la armadura no parecía molestar al enorme
insecto. Carvalho fue el primero en percibirla, y se estaba levantando para
matarla cuando la luz amarilla de la mirada de De Ostos lo clavó en su sitio.
Los dos hombres permanecieron inmóviles, observando la progresión del animal
hacia el cuello de Abelardez. Inquieto por un súbito peligro, el animal dio un
inesperado giro sobre sí mismo. Un espeso zumbido, atrajo la atención de los
guerreros sobre un extraño insecto que se lanzó sobre la tarántula después de
volar en torno suyo varias veces.
Un combate a
muerte entre una avispa enorme y la tarántula tenía lugar sobre el peto del
soldado, que seguía roncando con apacible regularidad. "Van dos por la
araña", dijo en un murmullo De Ostos. "Y uno más a que Abelardez
cae”, insistió. Carvalho aceptó la apuesta con un gesto de la mano. Al cabo de
un feroz cuerpo a cuerpo que pareció durar mil años, la avispa consiguió
colocarse sobre el dorso de la tarántula y sin dejarse ahuyentar por los
revolcones desesperados del arácnido, le clavó su dardo mortal. De Ostos
escupió con una mueca de desagrado mientras Carvalho, olvidando la ganancia que
acababa de obtener observaba asombrado cómo la avispa arrastraba el cuerpo
palpitante de la araña hasta un agujero en el suelo, entre la hojarasca a unos
cuantos centímetros de la yugular de Abelardez. "Malditos con
suerte", maldijo De Ostos alzándose de golpe. Con el plano de su espada
golpeó la coraza de Abelardez, que se levantó sobresaltado esgrimiendo su daga,
desconcertado por la risotada de Carvalho. Tampoco entendió por qué razón
Carvalho pasó largos momentos enterrando una y otra vez su daga en el suelo,
cerca de donde pocos minutos antes estuviera su cabeza. Los de guardia
acudieron precipitadamente, alarmados por el escándalo de cacerolas que hacía
de Ostos despertando los hombres a planazos sobre las corazas. Cuando la horda
estuvo en formación reglamentaria. De Ostos organizó varios grupos para
explorar los alrededores.
Por más de tres
semanas se quedó la expedición en aquel claro, recobrando fuerzas. De Ostos
había explorado infatigablemente los alrededores, trazando mapas y buscando
huellas del paso de otros humanos por el lugar. Caminó días enteros con las
patrullas hasta tener la certeza absoluta de que nadie antes que ellos habían
llegado hasta el estanque. Sólo entonces ordenó levantar el campamento y
emprender el retorno.
Los hombres
bebieron cuanto les cupo en el abdomen antes de echarse a andar. Se iban en
perfecta salud, mejor incluso que cuando llegaron al nuevo mundo. La piel de un
tapir, sirvió para llevarse una buena cantidad de agua milagrosa. La columna de
armaduras relucientes se adentró en la selva, por donde habían venido, sin
reconocer con certeza el camino porque la jungla había invadido nuevamente la exigua trocha.
Ya
muy lejos del estanque prodigioso, cuando las armaduras habían empezado
nuevamente a corroerse, muchos soldados habían desaparecido en la noche sin dejar
rastro; los demás habían muerto diezmados por las trampas de la selva, víctimas
de atroces infecciones. Pronceda fue uno de ellos. De Ostos prohibía, bajo
amenaza de muerte, que se tocase el agua milagrosa. Las cantimploras de los
hombres, incluso las recuperadas de los muertos, ya estaban vacías. Los cuatro
sobrevivientes, sospechaban que aquella peste misteriosa que los estaba matando
tenía nombre propio y se imaginaban a De Ostos, inexplicablemente fuerte y
sano, bebiéndose el agua milagrosa y friccionándose las pústulas en secreto, un
pacto silencioso fue naciendo entre los soldados, a espaldas de los ojos
amarillos del conquistador.
Algunos días más
tarde. Abelardez percibió a lo lejos desde la copa de un árbol una
protuberancia en la selva y anunció la cercanía de un pueblo. Los cinco hombres
se miraron y supieron inmediatamente que sólo uno de ellos saldría vivo de
aquel infierno. De Ostos fue el primero en desenvainar. Abelardez el primero en
morir. Fue una batalla feroz y sin cuartel. Los soldados nada pudieron contra
la ciencia de la guerra que poseía el matamoros, y los cuatro hombres fueron
quedando tendidos en la hojarasca.
Enardecido, De
Ostos desató del tronco la piel de tapir con el agua milagrosa, se echó en la
espalda el pesadísimo fardo y emprendió furiosamente la marcha en dirección del
pueblo. La riqueza y la gloria lo estaban esperando; nadie más conocía el sitio
exacto de la fuente milagrosa y sólo él sabría encontrarla nuevamente.
Caminó más de
media jornada sin detenerse a respirar, sin poner en tierra la pesada piel. Desdeñando el dolor que le producía la
coraza hincándose en la carne de los hombros bajo el peso de la carga,
Febrilmente escaló el promontorio entre los alaridos de los pájaros del
paraíso.
Al llegar a la
cima se le congeló el rostro, una indescriptible carcajada se le escapó del
pecho en una explosión de desesperanza, al tiempo que la piel de tapir se
reventaba contra el suelo...
Un
mono grande lo observaba con desprecio. Furiosamente quiso el conquistador
atravesarlo con su espada, pero el mico se trepó como un sueño hasta las altas
ramas del gran árbol y desde allí lo acribilló sin piedad con unas frutas
rojas. Cayó de bruces el guerrero, violentamente sacudido por el llanto, y rodó
hasta el estanque azul. Vencido, casi muerto, rígido de la locura y del odio se
hundió sin resistencia en el amargo bienestar de la juventud eterna.
Cientos,
acaso miles de veces intentó escaparse de la selva desde entonces, como
encerrado en un maleficio indestructible retornaba inmediatamente a ese rincón
secreto de la jungla, preso del maravilloso estanque azul. Un día acabó por
resignarse y se quedó para siempre al borde de las aguas, soliloqueando con los micos. Hasta la tarde de hoy, cuando a la
hora en que los arreboles incendian
con sortilegios multicolores la inmensidad de la selva ecuatorial. Vencido por
el peso de 500 años de olvido y deseando que en Galicia fuese un día de mayo
igual de hermoso, Carlos María de Ostos y Palacio decidió escapar a su
infortunio arremetiendo contra el árbol de frutas ardientes y se enterró en el
pecho su reluciente espada de acero toledano. En vano.
Mauricio
Martínez Cavar
INTERPRETACIÓN
TEXTUAL
Las siguientes actividades deben ser resueltas y enviadas al siguiente
correo para su calificación: castellanosuperior@gmail.com
1.
Consulta
el significado de las palabras desconocidas resaltadas del texto los
sobrevivientes.
2.
Del
texto se infiere que el primer expedicionario que encontró la muerte fue:
El judío Gómez Fray Bernardo Monsalve
3. La expresión El terror amarillo que infundía su mirada significa que:
a. De Ostos tenía hepatitis
b. De Ostos tenía los ojos
amarillos.
c. La selva se veía amarilla.
d. El terror hacía que los ojos se
tornaran amarillos.
4. El término ponzoña significa:
Maléfico Medicina Veneno Sabor.
5. La estructura de una narración
puede ser abierta o cerrada. Si el desenlace
permite la continuación de la historia, es abierta, de lo contrario, es cerrada.
Ahora, explica:
permite la continuación de la historia, es abierta, de lo contrario, es cerrada.
Ahora, explica:
¿Qué
tipo de estructura tiene el texto Los sobrevivientes?
Justifica tu respuesta.
Justifica tu respuesta.
6. Según el relato, De Ostos
clavaba su espada en el pecho de sus compañeros muertos para:
a. Satisfacer su crueldad.
b. Honrar al muerto.
c. Identificar el cadáver.
d. Ahuyentar a las fieras.
7. También
se infiere del relato, que quien dio muerte a la mayoría de los sobrevivientes
fue:
a. De
Ostos c.
Las fieras
b. La
selva d. Un indígena
8.
Lee
las siguientes expresiones tomadas del texto y explica, con tus propias
palabras, lo que cada una significa.
a. ... incapaces ya de esgrimir las
espadas que la selva se venía comiendo...
b.
Los
troncos inmensos se derrumbaban en medio del escándalo multicolor de los
pericos espantados y de las lamentaciones cavernosas de la madera desgarrada.
c.
Carvalho
fue el primero en percibirla, y se estaba levantando para matarla cuando la luz
amarilla de la mirada de, De Ostos lo clavó en su sitio.
9. Señala Sí No o No se sabe de
acuerdo con la información que aparece en el texto.
Afirmación
|
SI
|
No
|
No se sabe
|
El
tiempo durante el cual se desarrolla la acción es, aproximadamente, de 500
años.
|
|||
Las
historias de Gonzalo Jiménez de Quesada y Lope de Aguirre son similares a la
que se narra en Los sobrevivientes.
|
|||
De
Ostos siempre actuó de manera implacable con sus compañeros.
|
|||
De
la Torre fue quien encontró el estanque milagroso
|
|||
La
selva se puede considerar como personaje de la historia
|
|||
El
afán de poder y de riqueza hace que los hombres se eliminen entre ellos.
|
|||
De
Ostos se resignó a sobrevivir en aquel lugar inhóspito
|
10. Se puede inferir que la causa de
la lucha desatada entre De Ostos y sus
hombres fue:
hombres fue:
a.
El
odio. b. La codicia. c.
La crueldad. d. La soledad.
11. Realiza un comentario en el
cuaderno sobre los siguientes aspectos:
a.
¿Consideras
que los hechos que se narran en el
texto Los sobrevivientes se asemejan a las aventuras vividas por los primeros conquistadores que llegaron de España a nuestras tierras? ¿Por qué?
texto Los sobrevivientes se asemejan a las aventuras vividas por los primeros conquistadores que llegaron de España a nuestras tierras? ¿Por qué?
b. Imagina cómo vivían los
indígenas antes de la llegada de los españoles, cómo eran estas tierras, cuáles
eran las condiciones de vida de sus habitantes.
c. Escribe un texto breve en el
cual expreses tus impresiones.
12. De Ostos tenía la certeza de ser
el único que podía ubicar el sitio exacto en donde se encontraba La fuente de
la juventud". Esta certeza se fundamentaba en:
a. Su buena memoria. c.
Su preparación física.
b. Su preparación como
guerrero. d. El mapa elaborado por él.
13. Imagina que algunos científicos
han encontrado la “fuente de la eterna juventud”
¿Cómo crees que sería la vida de aquí en
adelante para los seres humanos? Justifica
tu respuesta en el cuaderno.
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