viernes, 17 de abril de 2020

LECTURA CRÍTICA 9.1 "LOS SOBREVIVIENTES"



I.E INTEGRADO VILLA DEL PILAR
GRADO 9
LECTURA CRÍTICA

Guía 1

Lea el siguiente texto.


LOS SOBREVIVIENTES






Avanzaban jadeantes empujando la maleza con las manos, incapaces ya de esgrimir las espadas que la selva se venía comiendo sin darles tiempo a ensañarse contra la carne de un enemigo.
Solamente un mono curioso que se arrimó a olfatear la fruta que envenenó a Gómez sirvió para manchar de sangre su todavía reluciente acero de Toledo. Poco después moriría Gómez, víctima de atroces convulsiones a causa de la ponzoña que se ocultaba en la fruta.
Los guerreros fueron perdiendo la confianza ineluctablemente y ocurrió que algunos, en desesperados accesos de locura, buscaran querella a sus compañeros de infortunio, queriendo morir en combate de una buena vez.

De Ostos mantenía el orden gracias al terror amarillo que infundía su mirada entre los soldados. Sin siquiera pronunciar palabra. La selva se los iba tragando, pero De Ostos guardaba intacta la fuerza legendaria de los jefes de guerra hispánicos, manteniendo impávido un rumbo imaginario, sin siquiera desviarse para evitar los árboles. Único desfogue a su furia, los troncos inmensos se derrumbaban en medio del escándalo multicolor de los pericos espantados y de las lamentaciones cavernosas de la madera desgarrada. Un sendero de muerte fue trazando como un Ecuador perfecto en la selva, abandonando los cadáveres de los soldados muertos de agotamiento o infectados hasta los tuétanos sin otra forma de ceremonia que la recuperación metódica de todo lo que aún servía. Cuando la maltrecha columna de armaduras oxidadas se había alejado suficientemente de la manigua. De Ostos regresaba junto al muerto y plantaba en el pecho del cadáver su estoque, como en un ritual secreto, buscando acaso devolver la dignidad perdida al guerrero muerto en deshonra, o quizás, mucho más probable queriendo hundir su espada en algo humano, aun cuando fuese la carroña emponzoñada de un subalterno.

Aquella noche, al detenerse en la cima de la escarpada colina coronada por un árbol que los micos desalojaron despavoridos al llegar los guerreros, encontraron agua. De Ostos ordenó que se atrapara un mico y se le hiciera probar el agua de aquel extraño estanque antes de aventurarse a probarla ellos mismos.
Las trampas de la jungla, que se aprovechaba del más mínimo descuido para sembrar la muerte, le habían enseñado el difícil arte de la prudencia. En medio de un silencio casi solemne esperaron hasta que De Ostos estimó que no había peligro y al fin pudieron lavarse los callos y las pústulas, y beber hasta sentir que se les reventaba el vientre.
De un azul intenso inédito, el agua parecía calmar todas las dolencias, sanar todas las heridas. Hasta Elías, el marrano cuyo pie izquierdo llevaba prisionero de la bota metálica a causa de la gangrena, chapoteaba con una expresión estática que De Ostos nunca le había visto.
Sabía que el judío estaba condenado a corto plazo. La mordedura de la pequeña serpiente que tuvo la imprudencia de pisar sin protección seguía carcomiéndosele la pierna, y la hedentina confirmaba su impresión: Elías estaba condenado, sólo era cuestión de tiempo. Estaba convencido de que el jaguar que despedazó a Monsalve había seguido la expedición durante varios días gracias al olor de mortecina que despedía el judío, y que fue culpa suya sí la fiera sorprendió a Monsalve cagando en un claro, a pocos metros de él, y él, supuestamente, no se despertó. De Ostos miraba al soldado con ese desprecio solemne que le inspiraban los judíos. No se perderá gran cosa, se dijo el matamoros bostezando. A pesar de llevar casi siete meses selva adentro, de haber perdido más de la mitad de sus hombres sin haber combatido ni una sola vez, de ver sus corazas y sus armas oxidarse inexorablemente, De Ostos seguía pensando y actuando como el implacable jefe de guerra que siempre había sido. Había escuchado muchas historias sobre los conquistadores muertos de un descuido, degollados o traicionados por la desidia de los meses sin combate.
Elías se despertó de su letargia apremiado por una súbita curiosidad por su pierna podrida. Levantó el pie por encima del agua, y para su sorpresa no fue un pedazo de metal oxidado y maloliente rebosando pus y agua sangre lo que salió a la superficie, sino una reluciente bota de armadura nueva que liberó sin dificultad la pierna prisionera. Y no fue una inmensa pústula hedionda lo que vieron los ojos asombrados De Ostos, sino un pie blanco y fornido, perfectamente sano y limpio, apenas maculado por las antiguas cicatrices de una viruela olvidada. Elías reía febrilmente aferrado a su pie prodigioso mientras los guardianes caían postrados de rodillas balbuceando: ¡milagro!, ¡milagro!, antes de echarse de bruces al estanque azul. Sólo entonces, arrancándose al sopor en que se estaba sumergiendo, De Ostos se dio cuenta de que los hombres en el agua parecían dormidos, ensimismados, como presos de un sortilegio, y que aparte de los guardianes, ninguno se había enterado del milagro.
El reflejo del guerrero fue más fuerte que la tentación de hundirse en aquel sospechoso bienestar y salió del agua dando gritos, cogió su espada y azotando con ella la superficie arrancó a los hombres del letargo.

Los obligó a salir del estanque, a empujones y a planazos, para descubrir asombrado que habían desaparecido callos infectados, forúnculos, lepras de monte y hasta las gusaneras que los tábanos habían inoculado en nucas y cueros cabelludos. Los guerreros exhaustos no mostraban en sus relucientes pieles blancas ni el asomo del recuerdo de una picadura de mosquito. El mismo De Ostos estaba definitivamente curado del gusano rojo y asqueroso que la selva le había sembrado en la piel del brazo izquierdo. Los hombres atónitos, ante aquellos prodigios, ni se preocuparon de su desnudez palpándose incrédulos la piel de nuevo sana, totalmente rejuvenecida.
-La fuente de la eterna juventud - murmuró De Ostos entre dientes justo antes de que Elías se abrazara gritando al corpachón alargado de Pronceda
-¡Pronceda! -grita Elías en trance   
-¡La fuente de la eterna juventud! ¡hemos dado con la fuente de la eterna juventud!
De Ostos miró al marrano y un fulgor asesino brilló en su mirada. Los hombres de la guardia se habían arrojado al estanque milagroso sin siquiera quitarse las armaduras. Uno de ellos estuvo a punto de ahogarse. Cuando lo sacaron del agua, su armadura relucía como nueva. Los demás, empezaron a lavar espadas y armaduras que inmediatamente recobraban su aspecto original. Vencido por la evidencia, De Ostos hizo como todos, hasta quedar la horda reluciente como en aquel domingo de resurrección, cuando embarcaron, hacía tanto tiempo que parecían siglos, en la carabela del príncipe de Asturias, en Cádiz, para conquistar el nuevo mundo por la gloria de Dios y de su majestad.
El campamento se instaló, tomando rigurosas medidas de seguridad.
Procenda había dejado el mico amarrado y ahora lo despanzurraba concienzudamente mientras Carvalho preparaba el fuego. El animal todavía se retorcía entre los estertores de la muerte cuando Pronceda lo empaló limpiamente con su espada y lo instaló sobre las llamas, haciéndolo girar parsimoniosamente. Elías saboreaba la carne azulosa del simio imaginando que estaba entre virreyes... narrando su insólita aventura. De la Torre decidió que se llamaría De la Torre cuando le preguntasen su apellido en la corte. No importa de qué torre. De la Torre bastaba. Pensando así lo sorprendió la muerte. Un huesecillo del mico se le atoró en la garganta sin que los porrazos desesperados de Pronceda lograsen desalojarlo. De Ostos, viendo la insoluble agonía del judío, resolvió rematarlo. Pronceda ni se atrevió a mirar al jefe de la expedición temiendo que se le notara el odio, pero en su alma nació, en ese instante, la certidumbre de que De Ostos sólo tendría descanso cuando todos los hombres de la horda estuviesen mordiendo el rastrojo con la muerte apretada entre los dientes.
Y en su ladina naturaleza de pirata empezó a germinar el plan de supervivencia que, tal vez, le salvaría la vida. Pero las cosas le salieron mal. Un par de meses más tarde la jungla se encargaría de matarlo sin que De Ostos tuviera que tomarse la molestia.
Sin perder tiempo en lutos inútiles, De Ostos ordenó, con un gesto despectivo, deshacerse del cadáver de Elías. "De todas formas estaba condenado", se dijo el conquistador, y persignándose sin convicción hizo señas de que le diera sepultura cristiana para que su cuerpo no atrajera las fieras. Al alejarse, De Ostos sonrió para sus adentros. Era la primera vez desde que empezó esta aventura que su hoja había encontrado carne humana viva. Tal vez fue el prodigio del agua milagrosa, o la satisfacción de haber matado al horroroso Elías, el caso es que nunca había dormido tan reposadamente como aquella noche. Por primera vez los mosquitos dejaron de atormentarlo y una leve brisa sopló toda la noche, acunando con sus mejores presagios sus sueños de riqueza y de poder.

La tarántula que exploraba el peto de Abelardez no parecía dispuesta a abandonar aquel extraño promontorio que brillaba con los primeros rayos del sol. Abelardez roncaba regularmente y la leve ondulación de la armadura no parecía molestar al enorme insecto. Carvalho fue el primero en percibirla, y se estaba levantando para matarla cuando la luz amarilla de la mirada de De Ostos lo clavó en su sitio. Los dos hombres permanecieron inmóviles, observando la progresión del animal hacia el cuello de Abelardez. Inquieto por un súbito peligro, el animal dio un inesperado giro sobre sí mismo. Un espeso zumbido, atrajo la atención de los guerreros sobre un extraño insecto que se lanzó sobre la tarántula después de volar en torno suyo varias veces.
Un combate a muerte entre una avispa enorme y la tarántula tenía lugar sobre el peto del soldado, que seguía roncando con apacible regularidad. "Van dos por la araña", dijo en un murmullo De Ostos. "Y uno más a que Abelardez cae”, insistió. Carvalho aceptó la apuesta con un gesto de la mano. Al cabo de un feroz cuerpo a cuerpo que pareció durar mil años, la avispa consiguió colocarse sobre el dorso de la tarántula y sin dejarse ahuyentar por los revolcones desesperados del arácnido, le clavó su dardo mortal. De Ostos escupió con una mueca de desagrado mientras Carvalho, olvidando la ganancia que acababa de obtener observaba asombrado cómo la avispa arrastraba el cuerpo palpitante de la araña hasta un agujero en el suelo, entre la hojarasca a unos cuantos centímetros de la yugular de Abelardez. "Malditos con suerte", maldijo De Ostos alzándose de golpe. Con el plano de su espada golpeó la coraza de Abelardez, que se levantó sobresaltado esgrimiendo su daga, desconcertado por la risotada de Carvalho. Tampoco entendió por qué razón Carvalho pasó largos momentos enterrando una y otra vez su daga en el suelo, cerca de donde pocos minutos antes estuviera su cabeza. Los de guardia acudieron precipitadamente, alarmados por el escándalo de cacerolas que hacía de Ostos despertando los hombres a planazos sobre las corazas. Cuando la horda estuvo en formación reglamentaria. De Ostos organizó varios grupos para explorar los alrededores.
Por más de tres semanas se quedó la expedición en aquel claro, recobrando fuerzas. De Ostos había explorado infatigablemente los alrededores, trazando mapas y buscando huellas del paso de otros humanos por el lugar. Caminó días enteros con las patrullas hasta tener la certeza absoluta de que nadie antes que ellos habían llegado hasta el estanque. Sólo entonces ordenó levantar el campamento y emprender el retorno.
Los hombres bebieron cuanto les cupo en el abdomen antes de echarse a andar. Se iban en perfecta salud, mejor incluso que cuando llegaron al nuevo mundo. La piel de un tapir, sirvió para llevarse una buena cantidad de agua milagrosa. La columna de armaduras relucientes se adentró en la selva, por donde habían venido, sin reconocer con certeza el camino porque la jungla había invadido nuevamente la exigua trocha.
Ya muy lejos del estanque prodigioso, cuando las armaduras habían empezado nuevamente a corroerse, muchos soldados habían desaparecido en la noche sin dejar rastro; los demás habían muerto diezmados por las trampas de la selva, víctimas de atroces infecciones. Pronceda fue uno de ellos. De Ostos prohibía, bajo amenaza de muerte, que se tocase el agua milagrosa. Las cantimploras de los hombres, incluso las recuperadas de los muertos, ya estaban vacías. Los cuatro sobrevivientes, sospechaban que aquella peste misteriosa que los estaba matando tenía nombre propio y se imaginaban a De Ostos, inexplicablemente fuerte y sano, bebiéndose el agua milagrosa y friccionándose las pústulas en secreto, un pacto silencioso fue naciendo entre los soldados, a espaldas de los ojos amarillos del conquistador.

Algunos días más tarde. Abelardez percibió a lo lejos desde la copa de un árbol una protuberancia en la selva y anunció la cercanía de un pueblo. Los cinco hombres se miraron y supieron inmediatamente que sólo uno de ellos saldría vivo de aquel infierno. De Ostos fue el primero en desenvainar. Abelardez el primero en morir. Fue una batalla feroz y sin cuartel. Los soldados nada pudieron contra la ciencia de la guerra que poseía el matamoros, y los cuatro hombres fueron quedando tendidos en la hojarasca.
Enardecido, De Ostos desató del tronco la piel de tapir con el agua milagrosa, se echó en la espalda el pesadísimo fardo y emprendió furiosamente la marcha en dirección del pueblo. La riqueza y la gloria lo estaban esperando; nadie más conocía el sitio exacto de la fuente milagrosa y sólo él sabría encontrarla nuevamente.
Caminó más de media jornada sin detenerse a respirar, sin poner en tierra la pesada piel. Desdeñando el dolor que le producía la coraza hincándose en la carne de los hombros bajo el peso de la carga, Febrilmente escaló el promontorio entre los alaridos de los pájaros del paraíso.
Al llegar a la cima se le congeló el rostro, una indescriptible carcajada se le escapó del pecho en una explosión de desesperanza, al tiempo que la piel de tapir se reventaba contra el suelo...
Un mono grande lo observaba con desprecio. Furiosamente quiso el conquistador atravesarlo con su espada, pero el mico se trepó como un sueño hasta las altas ramas del gran árbol y desde allí lo acribilló sin piedad con unas frutas rojas. Cayó de bruces el guerrero, violentamente sacudido por el llanto, y rodó hasta el estanque azul. Vencido, casi muerto, rígido de la locura y del odio se hundió sin resistencia en el amargo bienestar de la juventud eterna.

Cientos, acaso miles de veces intentó escaparse de la selva desde entonces, como encerrado en un maleficio indestructible retornaba inmediatamente a ese rincón secreto de la jungla, preso del maravilloso estanque azul. Un día acabó por resignarse y se quedó para siempre al borde de las aguas, soliloqueando con los micos. Hasta la tarde de hoy, cuando a la hora en que los arreboles incendian con sortilegios multicolores la inmensidad de la selva ecuatorial. Vencido por el peso de 500 años de olvido y deseando que en Galicia fuese un día de mayo igual de hermoso, Carlos María de Ostos y Palacio decidió escapar a su infortunio arremetiendo contra el árbol de frutas ardientes y se enterró en el pecho su reluciente espada de acero toledano. En vano.

Mauricio Martínez Cavar


INTERPRETACIÓN TEXTUAL


Las siguientes actividades deben ser resueltas y enviadas al siguiente correo para su calificación: castellanosuperior@gmail.com

1.    Consulta el significado de las palabras desconocidas resaltadas del texto los sobrevivientes.

2.    Del texto se infiere que el primer expedicionario que encontró la muerte fue:
      El judío                Gómez Fray             Bernardo        Monsalve

3.    La expresión El terror amarillo que infundía su mirada significa que:
a.    De Ostos tenía hepatitis        
b.    De Ostos tenía los ojos amarillos.
c.    La selva se veía amarilla.      
d.    El terror hacía que los ojos se tornaran amarillos.

4.    El término ponzoña significa:
Maléfico              Medicina                  Veneno          Sabor.

5.    La estructura de una narración puede ser abierta o cerrada. Si el desenlace
permite la continuación de la historia, es abierta, de lo contrario, es cerrada.
Ahora, explica:
¿Qué tipo de estructura tiene el texto Los sobrevivientes?
Justifica tu respuesta.
6.    Según el relato, De Ostos clavaba su espada en el pecho de sus compañeros muertos para:
a.    Satisfacer su crueldad.
b.    Honrar al muerto.
c.    Identificar el cadáver.
d.    Ahuyentar a las fieras.

7.    También se infiere del relato, que quien dio muerte a la mayoría de los sobrevivientes fue: 
     a.       De Ostos                                                        c.  Las fieras
     b.       La selva                                                         d.  Un indígena



 

8.    Lee las siguientes expresiones tomadas del texto y explica, con tus propias palabras, lo que cada una significa.
a.    ... incapaces ya de esgrimir las espadas que la selva se venía comiendo...
b.    Los troncos inmensos se derrumbaban en medio del escándalo multicolor de los pericos espantados y de las lamentaciones cavernosas de la madera desgarrada.
c.    Carvalho fue el primero en percibirla, y se estaba levantando para matarla cuando la luz amarilla de la mirada de, De Ostos lo clavó en su sitio.


9. Señala Sí No o No se sabe de acuerdo con la información que aparece en el texto.

Afirmación
SI
No
No se sabe
El tiempo durante el cual se desarrolla la acción es, aproximadamente, de 500 años.



Las historias de Gonzalo Jiménez de Quesada y Lope de Aguirre son similares a la que se narra en Los sobrevivientes.



De Ostos siempre actuó de manera implacable con sus compañeros.



De la Torre fue quien encontró el estanque milagroso



La selva se puede considerar como personaje de la historia



El afán de poder y de riqueza hace que los hombres se eliminen entre ellos.



De Ostos se resignó a sobrevivir en aquel lugar inhóspito





10. Se puede inferir que la causa de la lucha desatada entre De Ostos y sus
hombres fue:
a.    El odio.           b. La codicia.            c. La crueldad.           d. La soledad.
11. Realiza un comentario en el cuaderno sobre los siguientes aspectos:
a.    ¿Consideras que los hechos que se narran en el
texto Los sobrevivientes se asemejan a las aventuras vividas por los primeros conquistadores que llegaron de España a nuestras tierras? ¿Por qué?

b.    Imagina cómo vivían los indígenas antes de la llegada de los españoles, cómo eran estas tierras, cuáles eran las condiciones de vida de sus habitantes.

c.    Escribe un texto breve en el cual expreses tus impresiones.

12. De Ostos tenía la certeza de ser el único que podía ubicar el sitio exacto en donde se encontraba La fuente de la juventud". Esta certeza se fundamentaba en:
a.    Su buena memoria.                                 c. Su preparación física.
b.    Su preparación como guerrero.              d. El mapa elaborado por él.

13. Imagina que algunos científicos han encontrado la “fuente de la eterna juventud”
¿Cómo crees que sería la vida de aquí en adelante para los seres humanos? Justifica tu respuesta en el cuaderno.


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